Si
motivar
es mover a un individuo o a un grupo a que realice una tarea y lo haga
de
manera que consiga los mejores resultados, entonces podemos decir
también que es uno de los mayores desafíos ante los que se encuentran
directivos y educadores.
¿Lo
consiguen? ¿Saben ser líderes?
Para
empezar aclaremos el significado de la palabra “líder”, porque podemos pensar que el líder es simplemente el
primero, el que alcanza la meta.
La
realidad es que el líder es el que va delante del pelotón, sí, pero guiando y
tirando del resto del equipo aunque no siempre acabe la carrera en primer
lugar.
El líder es la cabeza visible del equipo y quien ha de motivar a su
gente para desarrollar al máximo su potencial.
Pero
existen distintas maneras de ser líder y no siempre en todas existe
motivación.
Motivar es
el difícil arte de ganarnos el respeto y a la vez la confianza de aquellos con
los que nos une una relación de poder, y es precisamente en el concepto de poder donde radica el “quiz” de la cuestión, donde muchos
confunden su misión como jefes, como profesores o como padres.
A
menudo pensamos que como tales ostentamos el poder absoluto. Como
directivos nos encargamos de de planificar y organizar el trabajo, centrados
en la consecución de los objetivos marcados. No nos cuestionamos las directrices
que nos marca la organización para la que trabajamos, de la misma manera que no
admitimos que se cuestionen las nuestras, e imponemos nuestros puntos de vista.
Como
educadores también solemos actuar igual, imponiendo unas normas para mantener la
disciplina. Y sí, es cierto: podemos llegar a pensar que este estilo de
liderazgo funciona.
Puede funcionar con los empleados de una empresa por el
miedo de estos a perder su trabajo o con los hijos mientras son pequeños, pero
a la larga, con este ejercicio inadecuado del poder lo único que se consigue es
deteriorar las relaciones con los otros. Así, en el mundo laboral, el
descontento y la apatía harán mella en el rendimiento de lo que tiene que ser
un equipo de trabajo, y por su parte,
los niños crecerán y se convertirán en jóvenes desmotivados, rebeldes y
resentidos.
Existe
otra opción: ser líderes participativos.
¿Qué significa esto?
Pues significa permitir que nuestros
empleados, nuestros hijos, nuestros alumnos, participen en la toma de
decisiones. Hacer que se involucren. Transmitirles entusiasmo, fomentar su
creatividad. Premiar la iniciativa.
No tener miedo a perder la autoridad, a perder nuestra cuota de poder.
No debemos pensar que seremos eclipsados porque parte los logros serán mérito del equipo, de la
familia, del conjunto de la clase.
Y es
que ostentar el poder no es lo mismo que decir “yo ordeno y mando”.
Quien
ostenta el poder debe conseguir que los demás hagan las cosas por su propia
voluntad, convencidos de que han de hacerlas así porque de ello dependen los
logros de todos.
Asumiendo como propias las aspiraciones de toda la organización, y disfrutando en común de los éxitos. Eso es motivar.
Asumiendo como propias las aspiraciones de toda la organización, y disfrutando en común de los éxitos. Eso es motivar.
Motivar
implica tener afán de superación e inculcarlo a los otros.
Molestarnos en
conocer a quienes nos rodean, conocer sus capacidades y animarles a
desarrollarlas.
Motivar es ilusionar, y esto no se logra sin dedicación y
compromiso ni, desde luego, sin humildad e inteligencia.
Porque
mandar sabe hacerlo cualquiera, pero motivar no.
Porque
motivar no es vencer, sino convencer.
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